Proyecto Géminis. Director: Ang Lee. Protagonistas: Will Smith, Mary Elizabeth Winstead, Clive Owen, Benedict Wong, Ralph Brown, Linda Emond, Douglas Hodge, Ilia Volok, E. J. Bonilla y Björn Freiberg, entre otros. Guion: David Benioff, Billy Ray, Darren Lemke. Skydance Media / Jerry Bruckheimer Films / Fosun Pictures / Alibaba Pictures. EE.UU., 2019. Estreno en la Argentina: 14 de noviembre de 2019.
Si piensan ir a ver Proyecto Géminis (Gemini Man) y todavía no vieron el tráiler, háganse un favor: No lo vean. Todo (y cuando digo todo, quiero decir TODO) lo importante que tiene para contar la película, está puesto en ese breve paneo que resume, a la perfección, los 117 minutos de metraje. Sé que, en esta época de pre-ventas compulsivas, es casi imposible no estar enterado de cuál es el yeite que busca sostener dramáticamente esta aventura. Menos aun cuando se trata del elemento principal que la campaña invasiva de marketing ha tomado como eje para promocionar la nueva incursión de Will Smith en el terreno del thriller fantástico de acción. Pero bueno, están avisados.
Dicho esto, si el “qué” viene revelado desde antes de que empiece el film, el peso principal de la experiencia cinematográfica pasa a recaer en el “cómo”. Y aquí se hace necesario escindir el ítem en dos: Los contenidos propiamente dichos y la narrativa elegida para comunicarlos. El primero de los rubros es el más pobre de todos. Dejando de lado el nulo efecto de la “gran sorpresa”, el resto del guion navega en aguas recontratransitadas, pueriles, lineales, chatas y reiterativas. Con personajes demasiado unidimensionales y diálogos que se regodean con las fórmulas discursivas del género, copiando reconocibles elementos de James Bond y Terminator, por poner un par de ejemplos.
Por otra parte, en la imaginería visual del film descansa lo mejor que tiene para ofrecer Proyecto Géminis. Recargado, elegante y sofisticado. Sabe sacar provecho de los contrastes entre las abarrotadas y coloridas calles de Cartagena de Indias; y el esplendor palaciego de Budapest. El 99 % de los efectos visuales destaca la espectacularidad de la acción y acompaña (como marco emocional) el recorrido interno de los protagonistas.
La búsqueda narrativa de Ang Lee, concentrada en la explotación cinematográfica de las nuevas tecnologías, funciona de manera pendular. Por momentos, el 3D sumado al detalle y la profundidad visual de campo que se obtiene al filmar con 120 fotogramas por segundo (en lugar de los clásicos 90), amplía la experiencia inmersiva con un caudal de información que suma belleza estética sin interferir el ritmo desbocado de las escenas de acción. Pero en otras secuencias, sólo se ve como un dibujo animado acelerado por una sobredosis de esteroides virtuales.
El gran pecado del film, al menos para mí, queda evidenciado en el modo Playstation escogido para mostrar el cuerpo central de la obra, que son los enfrentamientos entre el asesino a sueldo con problemas de consciencia y su alter ego abocado a eliminarlo. Cada una de esas épicas batallas, resueltas bajo la norma del sangriento hiperrealismo ultraviolento, responden a la lógica conceptual de los videojuegos bélicos, resignando recursos y herramientas que el cine de acción ha generado e instalado en el inconsciente colectivo. Tal vez porque esta película apunte, principalmente, a entretener el ojo sin incentivar las neuronas.
Fernando Ariel García
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