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Downton Abbey. Director: Michael Engler. Protagonistas: Hugh Bonneville, Laura Carmichael, Jim Carter, Raquel Cassidy, Brendan Coyle, Michelle Dockery, Kevin Doyle, Michael C. Fox, Joanne Froggatt, Matthew Goode, Harry Hadden-Paton, Robert James-Collier, Allen Leech, Phyllis Logan, Elizabeth McGovern, Sophie McShera, Lesley Nicol, Maggie Smith, Imelda Staunton, Penelope Wilton, Mark Addy, Max Brown, Stephen Campbell Moore, Richenda Carey, David Haig, Andrew Havill, Geraldine James, Simon Jones, Susan Lynch, Tuppence Middleton, Kate Phillips, Douglas Reith y Philippe Spall, entre otros. Guion: Julian Fellowes, basado en personajes y situaciones que creara para la serie televisiva Downton Abbey. Perfect World Pictures / Carnival Films. Reino Unido / EE.UU., 2019. Estreno en la Argentina: 21 de noviembre de 2019. 



No vi ninguna de las seis temporadas de la serie. Y tampoco vi el especial de Navidad que venía a cerrar un poco la saga. Así que le entré a esta versión cinematográfica de Downton Abbey sin saber quiénes eran los personajes, cuáles dinámicas mantenían en sus relaciones, ni qué tipo de historias son las que suele contar este verdadero fenómeno sociocultural que nació como un simple drama histórico de época, enfocado en una familia de la aristocracia británica de principios del siglo XX. 


Y si bien el film de Michael Engler apunta directamente a los fanáticos de la serie, no deja en vilo a quienes (como yo) llegan al cine con enormes vacíos argumentales por llenar. Lo bueno es que la propia película se encarga de explicar lo necesario para entender de qué va la cosa y cómo viene la mano. Y hay que aplaudir que lo haga con herramientas narrativas y no mediante cabecitas parlantes (o voces en off) que bajen línea discursiva. 


Es cierto que la historia a desarrollar no supera el estadío de anécdota de color (en medio de una gira real, los reyes de Inglaterra vienen a pasar una noche en Downton Abbey), pero es lo suficientemente sustanciosa como para poner en marcha el mecanismo que (adivino) es el punto fuerte de la licencia: El cruce entre las internas familiares, los hechos históricos reales y los vientos de cambio que empiezan a agitar las marcadas diferencias de clase. Todo ello, lujosamente vestido en un estilo de vida glamoroso, elitista, sofisticado, culto, distinguido (para unos) e inalcanzable (para otros). 


Me queda claro que Downton Abbey no está aquí para poner en tela de juicio la inherente inequidad sistémica entre aristócratas y trabajadores, o el desequilibrio entre la distribución de riquezas y poder. Así que no le pido peras al olmo y me dejo sorprender por algunos críticos apuntes sociales hacia el sentido de la monarquía, el independentismo, la instalada cultura paternalista y la siempre injustificada discriminación. 


Quizá porque, a manera de colofón general, la película se instala en la idea de legado. Cerrando algunas historias personales que arrancarán las lágrimas de los conocedores; y asumiendo que está atravesando el inicio de una transición. Desde aquello que se está terminando, hacia lo que sea que empieza a gestarse. Con un pie en el pasado y otro pie en el futuro, Downton Abbey también deja abierta la posibilidad de una continuación. Cuán distinta a esta, es algo que sólo el tiempo podrá definir. 
Fernando Ariel García

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